Tuesday, July 27, 2021

Rafael Hernandez on July 11 and its Aftermath

 

Conflicto, consenso, crisis. Tres notas mínimas sobre las protestas

Las protestas ofrecen lecciones a todos los que quieran leerlas.

por Rafael Hernández

 julio 21, 2021

 9

La mayoría de las opiniones circulantes sobre las protestas del 11 de julio en Cuba, en particular las que rechazan el desorden y la violencia, así como las que interpretan y proponen soluciones al conflicto, deben tener su cuota de razón. Muchas reflejan preocupación y compromiso cívico ante problemas que van más allá del interés personal. Vistas así, serían una señal de “pegamento social”, de participación ciudadana y de consenso. Al mismo tiempo, son el espejo de una conflictividad nada despreciable.

 

En este breve espacio, evitaré discutir interpretaciones bien o mal intencionadas, experiencias vividas, leídas o escuchadas, recomendaciones al gobierno, etc. Me propongo apenas dar un paso atrás, para examinar en frío algunos problemas básicos, entre los muchos que tenemos por delante. 

¿Qué significan las protestas?

Si le preguntáramos a Émile Durkheim, uno de los fundadores de la Sociología, cuál es la naturaleza de estas protestas, podría responder que se trata de un caso clásico de anomia. La anomia define una situación donde se desintegran normas y valores previamente establecidos; una reacción típica de períodos de cambios drásticos y rápidos en las estructuras sociales, económicas o políticas de la sociedad. Los grupos sociales que experimentan reacciones anómicas pueden sentirse desconectados, como si no pertenecieran a su sociedad, y como si esta no valorara su identidad. La anomia puede provocar falta de propósito, desesperanza, y alentar la desviación y el delito. He subrayado intencionalmente algunas palabras clave en esta definición clásica, que es el ABC de la sociología.

 

En Cuba, hemos estado atravesando un proceso de transición durante más de dos décadas, caracterizado por cambios profundos en las estructuras sociales y en la vida económica de las personas, pero también en las relaciones entre la sociedad civil y el poder político. Entre otros cambios, digamos, está la propia idea del socialismo, que ahora incorpora concepciones diferentes a las defendidas durante medio siglo, así como políticas inéditas. Esta transición ha hecho visible una crisis de normas y valores, ampliamente debatida en diversos espacios y medios públicos. Asimismo, se ha apuntado el debilitamiento del sentido de pertenencia; y la reproducción de la marginalidad y sus conductas típicas, dentro de barrios y grupos sociales subalternos, pero también la proliferación del delito en otros espacios sociales e institucionales, donde crece la corrupción. En cuanto a la desesperanza, el arte y la literatura difundidos en la Isla son un buen espejo.

En otras palabras, lo que ocurre en Cuba es una anomia que no nos debería coger de sorpresa, porque sus factores y manifestaciones no han permanecido ocultos ni amordazados, como cualquiera puede comprobar sin tener para eso que leer las redes sociales o los periódicos antigobierno. Ha estado ahí, delante de todos, analizada y comentada durante demasiado tiempo, para preguntarnos ahora de dónde salen las protestas, como si fueran un trueno en un cielo despejado. Habría que preguntarse más bien por qué no han ocurrido antes.

¿Cómo es que la oposición cubana, en la Isla y en Miami, apertrechada con los manuales de guerra no convencional de moda, y la misma CIA, no hayan logrado desencadenar algo así hasta ahora? ¿Y por qué precisamente ahora? Durkheim recurriría a otro concepto que comparten las Ciencias Sociales y la ingeniería civil: la fatiga. Después de año y medio de COVID-19 y de seis meses de colas para comprar productos básicos —como diría el Dr. Durán— todos somos más vulnerables.

 

¿Qué le pasa al nuevo gobierno?

 

Antes he apuntado que el consenso se ha hecho más heterogéneo y contradictorio en Cuba, que ha incorporado el disentimiento, y que el gobierno cubano lo sabe. Antes de tomar posesión como presidente, Raúl reconoció que el liderazgo del fundador de la Revolución, Fidel, no se heredaba. Díaz-Canel, que ya estaba en el Buró Político en tiempos de Fidel, también lo pudo saber; y en todo caso, lo ha experimentado en carne propia desde que tomó posesión en 2018. De hecho, la continuidad ha conllevado maneras diferentes a como lo hicieron antes los históricos. Las circunstancias, que son el referente de la política, ya se los había impuesto a ellos antes de que se retiraran.

 

Subrayo lo del nuevo gobierno, porque si se postula que esta es “la misma Cuba de Fidel y Raúl” se pueden construir metáforas literarias ocurrentes, pero difícilmente entender el proceso político y social del país. Este gobierno ha procurado construir su propio consenso desde el principio, en vez de descansar sobre lo que algunos llaman “el capital político” de la Revolución. Sin embargo, la vara de medir los cambios ya es otra.

 

En efecto, el nuevo gobierno ha propuesto reformas sin precedentes desde 1960, empezando por una nueva Constitución, que admite una economía mixta, con mercados y sector privado, y que les otorga una autonomía inédita a los poderes locales. Su nuevo estilo, aprendido dirigiendo provincias, enfatiza la interacción entre el nivel central y local; y pone a ministros menores de 60 años a explicar problemas y responder preguntas en la televisión. A diferencia de períodos precedentes, los ciudadanos pueden identificarlos por sus nombres, juzgarlos, elogiarlos o burlarse abiertamente de ellos.

 

No ha habido antes un momento como este en términos de libertad para criticar al gobierno, en las redes sociales, pero tampoco en los medios públicos, ni para acceder a información de fuentes muy diversas, incluidas las de la oposición; tampoco una mayor libertad para entrar y salir del país. El Artículo 56 de la Constitución aprobada en 2019 establece el derecho de asociación y manifestación pública. De hecho, una ley de manifestaciones estaba prevista en el calendario legislativo para octubre de 2020 —pospuesta, junto a otra docena de proyectos de ley a causa del coronavirus. A pesar de todo, la vara de medir predominante dictamina que este gobierno ha hecho muchísimo menos de lo que debería. Según esa vara, su vaso estaría casi vacío.

Por si fuera poco, después de año y medio concentrado en una formidable crisis de seguridad humana a nivel global llamada pandemia, sin recursos ni alianzas protectoras como las de antaño, a este gobierno le ha tocado lidiar con las mayores manifestaciones de descontento ocurridas desde 1959. Bajando por las calles de San Antonio de los Baños, el Presidente Díaz-Canel debe haber recordado, como todos los que vivimos el verano de 1994, a Fidel seguido por un mar de gente, San Lázaro abajo, para controlar aquel brote de anomia en el Malecón, sin armas ni fuerzas especializadas en enfrentar disturbios. De cierta manera, él hizo exactamente lo mismo que Fidel: personarse en el lugar de los hechos, y convocar a los revolucionarios a tomar las calles y enfrentar la violencia, por la fuerza, en caso de ser necesario.

Los mismos medios, sin embargo, pueden producir resultados diferentes en otras circunstancias. Darse cuenta le tomó algunas horas. Pero su primera consigna se cumplió al pie de la letra, no solo por la policía, sino por las organizaciones convocadas, en primer lugar, el Partido. En la acera de enfrente, la oposición, como el 27 de noviembre de 2020, capitalizó el descontento, y arrimó la brasa a su sardina. La clásica escalada de violencia que estudian los expertos en resolución de conflictos 1 no se hizo esperar.

 

No podría imaginarse un escenario más complicado para mantener la ruta trazada en el VIII Congreso del Partido, hace apenas  90 días.

 ¿Qué violencia y cómo?

En un país modelo para muchos en materia de estabilidad, respeto ciudadano y orden interior, como Japón, no son raras las protestas ante la brutalidad policial contra los extranjeros o el racismo. Un grupo de protestantes “extranjeros” (o sea, coreanos) puede reunir a su alrededor una nube de policías ataviados como personajes de la Guerra de las galaxias, con cascos y armaduras de policarbonato, escudos blindados y tonfas.

Estamos habituados a ver imágenes de manifestaciones violentas en otros países. Los que tiran piedras son parte del pueblo, que se rebela contra la injusticia; los que le tiran chorros de agua a presión desde vehículos antidisturbios, gases lacrimógenos, balas de goma, o de verdad, son las fuerzas represivas. Estas imágenes globales no discriminan entre países como Chile, Sudáfrica, Kirguistán o los EEUU, sin ahorrarse los cientos de heridos y docenas de muertos que son su saldo.

Las fotos y videos que circulan en medios —como BBC Mundo— por encima de toda sospecha de colusión con el “régimen cubano”, revelan que ni la Policía Nacional Revolucionaria (PNR), que aquí en Cuba es la única institución policial, ni las tropas especiales del Ministerio del Interior (MININT) o las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), despliegan esos recursos. Seguramente en el Instituto de Ciencias Policiales del MININT se aprende cómo enfrentar escenarios de violencia. Pero ninguna clase o ejercicio equivale a lidiar con 700 personas enardecidas marchando por la calle, bajo el sol del verano —ni de hacerlo por la fuerza si es necesario— aunque sus instrucciones indiquen evitar producirles lesiones o usar medios letales.

 

Este no es un detalle técnico ni circunstancial. Entre las imágenes de las protestas que se hicieron virales en las redes sociales, una docena de manifestantes pone ruedas arriba autos de la policía, e incluso otros vehículos, les salta encima y los destroza. En contraste con cualquier capital de América Latina, no se ven fuerzas que impidan estas agresiones a la autoridad, y que los repriman en ese momento. Al mismo tiempo, algunos policías y civiles, convocados a movilizarse en el teatro del enfrentamiento incurrieron en excesos.

Entre los pocos datos disponibles para medir la violencia física está el saqueo de tiendas, en Moneda Libremente Convertible (MLC) y en pesos cubanos (CUP). No hubo ninguno en San Antonio de los Baños; ni tampoco en La Habana hasta después de la comparecencia televisiva del presidente Díaz-Canel (4:30pm). De los 28 asaltos registrados hasta esa hora, el 68% (19) ocurrió en Matanzas, la provincia más afectada por la pandemia; casi todos en Cárdenas (13), donde la combinación entre la caída del turismo de Varadero más la cuarentena ha golpeado un nivel de vida relativamente más alto que el de otros lugares de la provincia. En ese lapso, solo hubo saqueos significativos (4) en Colón (Matanzas), y Güines (Mayabeque); y otros dispersos en Holguín, Bayamo, Güira (1). Luego de la intervención del Presidente, fueron asaltadas 13 tiendas, incluidas 4 en La Habana.

La polarización social que evidencia esta violencia es inversamente proporcional a la unidad, o sea, a la construcción de consenso. Además, repercute negativamente en la imagen del país, lo que opera a favor de la piedra angular de la política de EEUU: el aislamiento. Evitar que la batalla ganada en la ONU se pierda en las calles de Cárdenas o el Paseo del Prado es también un interés nacional.

Después de haberlo probado todo con Fidel y Raúl, y 25 años después del fin de la Guerra Fría, Barack Obama y su gobierno consideraron que esa política era ineficaz, según su interés nacional. Sin embargo, aunque Joseph Biden, vicepresidente de aquel gobierno, apoyó la normalización, las cosas han cambiado para ellos. ¿Y si Díaz-Canel, sin la sabiduría y experiencia de “los Castro”, no fuera capaz de lidiar, en este momento de vulnerabilidad, con la crisis cubana? Podrían razonar que es mejor no bajarle ahora mismo la candela al bloqueo, sino dejar que siga cocinando la Isla a fuego lento. Como se diría en cubano: ¿cuál es el apuro?  

Las protestas ofrecen lecciones a todos los que quieran leerlas. Podrían enseñar a algunos economistas que el éxito de las reformas no depende solo de resolver técnicamente la planificación, el mercado, la empresa estatal socialista o el sector privado, sino de abordar problemas como la redistribución del ingreso, la estratificación del consumo, los espacios económicamente “luminosos” u “oscuros” colindantes, las desigualdades y retrancas territoriales y locales, el estado de las fuerzas productivas llamadas los trabajadores. Han demostrado además a los políticos que el problema de la unidad nacional es el del consenso, y que no se resuelve únicamente con convocatorias y movilizaciones de revolucionarios, sino mediante el diálogo sostenido con todos los ciudadanos. Han evidenciado a los aparatos del Partido, una vez más, que la eficacia de un sistema de medios públicos no es ideológica, sino política, y que se mide por su credibilidad y capacidad de convencimiento (a los no convencidos, naturalmente). Han confirmado que las fuerzas del orden pueden proveer primeros auxilios a los brotes de violencia, pero a costa de otros daños, y que no son ellas las que deberían  lidiar con los problemas sociales y políticos donde se arraiga el disentimiento. Finalmente, les ha demostrado a los políticos estadounidenses que sus alianzas con esta oposición belicosa refuerza la línea dura de los dos lados, y daña el ejercicio real de la libertad y los derechos humanos en Cuba.

 

El denominador común de estas lecciones es la sociedad cubana, con sus luces y sus sombras. Saber descifrar su presente, sin hojas de ruta bipolares, decidirá lo que vendrá.

 Nota: 

1 “Violencia y solución de conflictos”, en Revista Temas # 53, enero-marzo, 2008.

 

 

Conflict, consensus, crisis. Three minimum notes on the protests

The protests offer lessons to all who want to read them.

by Rafael Hernández

July 21, 2021

 9

Most of the opinions circulating about the 11 July protests  in Cuba, particularly those rejecting disorder and violence, as well as those interpreting and proposing solutions to the conflict, must have their share of reason. Many reflect concern and civic engagement in the face of issues that go beyond self-interest. Seen in this way, they would be a sign of "social glue", of citizen participation and of consensus. At the same time, they are the mirror of a not inconsiderable conflict.

In this short space, I will avoid discussing well-intentioned or ill-intentioned interpretations, lived experiences, read or heard, recommendations to the government, etc. I intend to take just one step back, to take a cold look at some basic problems, among the many that lie ahead.

What do the protests mean?

If we were to ask Émile Durkheim, one of the founders of Sociology, what the nature of these protests is, he might reply that this is a classic case of anomie. Anomie defines a situation where previously established norms and values disintegrate; a reaction typical of periods of drastic and rapid changes in the  social, economic, or political structures of society. Social groups that experience anomic reactions may feel  disconnected,as if they did not belong to their society, and as if it did not value their  identity. Anomie can lead to purposelessness,  hopelessness,and encourage  deviance  and  crime. I have intentionally underlined some key words in this classical definition, which is the ABC of sociology.

In Cuba, we have been going through a process of transition for more than two decades, characterized by profound changes in social structures and in people's economic lives, but also in relations between civil society and political power. Among other changes, let's say, is the very idea of socialism, which now incorporates conceptions different from those defended for half a century, as well as unprecedented policies. This transition has made visible a crisis of norms and values, widely debated in various spaces and public media. It has also been pointed out that the sense of belonging is weakened; and the reproduction of marginality and its typical behaviors, within neighborhoods and subaltern social groups, but also the proliferation of crime in other social and institutional spaces, where corruption grows. As for hopelessness, the art and literature disseminated on the island are a good mirror.

In other words, what is happening in Cuba is an anomie that should not take us by surprise, because its factors and manifestations have not remained hidden or gagged, as anyone can see without having to read social networks or anti-government newspapers. It has been there, in front of everyone, analysed and commented on for too long, to ask us now where the protests come from, as if they were thunder in a clear sky. Rather, we should ask ourselves why they have not happened before.

How is it that the Cuban opposition, on the island and in Miami, equipped with the fashionable unconventional war manuals, and the CIA itself, have not managed to unleash something like this until now? And why right now? Durkheim would turn to another concept shared by the Social Sciences and civil engineering: fatigue. After a year and a half of COVID-19  and six months of queues to buy basic goods — as Dr. Duran would say — we are all more vulnerable.

 What happens to the new  government?

I pointed out earlier that the consensus has become more heterogeneous and contradictory in Cuba, that it has incorporated dissent, and that the Cuban Government knows this. Before taking office as president, Raul acknowledged that the leadership of the revolution's founder, Fidel, was not inherited. Díaz-Canel, who was already in the Politburo under Fidel, also knew this; and if anything, he has experienced it firsthand since taking office in 2018. In fact, continuity has come in different ways than historical ones did before. The circumstances, which are the benchmark of politics, had already been imposed on them before they retired.

I emphasize the new  government, because if it is postulated that this is "the same Cuba of Fidel and Raul," one can construct literary metaphors that occur, but it is difficult to understand the country's political and social process. This government has sought to build its own consensus from the beginning, rather than resting on what some call "the political capital" of the Revolution. However, the yardstick for measuring change is already different.

Indeed, the new government has proposed reforms unprecedented since 1960, starting with a new Constitution,which allows for a mixed economy, with markets and the private sector,and which grants unprecedented autonomy to local authorities. His new style, learned by leading provinces, emphasizes the interaction between the central and local levels; and puts ministers under the age of 60 to explain problems and answer questions on television. Unlike previous periods, citizens can identify them by name, judge them, praise them or openly mock them.

There has not been a moment like this before in terms of freedom to criticize the government, on social media, but also in the public media, or to access information from a variety of sources, including those of the opposition; nor greater freedom to enter and leave the country. Article 56 of the Constitution adopted in 2019 establishes the right of association and public demonstration. In fact, a demonstration law was scheduled in the legislative calendar for October 2020 — postponed, along with a dozen other bills because of the coronavirus. In spite of everything, the prevailing yardstick dictates that this government has done far less than it should. According to that rod, his glass would be almost empty.

As if that were not enough, after a year and a half focused on a formidable crisis of human security at a global level called the pandemic, without resources or protective alliances like those of yesteryear, this government has had to deal with the greatest manifestations of discontent since 1959. Going down the streets of San Antonio de los Baños, President Díaz-Canel must have remembered, like all of us who lived through the summer of 1994, Fidel followed by a sea of people, San Lázaro below, to control that outbreak of anomie on the Malecón, without weapons or forces specialized in facing riots. In a way, he did exactly the same thing as Fidel: to appear at the scene, and to summon the revolutionaries to take to the streets and face violence, by force, if necessary.

The same means, however, may produce different results in other circumstances. Realizing it took him a few hours. But its first slogan was fulfilled to the letter, not only by the police, but by the organizations convened, first of all, the Party. On the sidewalk opposite, the opposition, as on November 27, 2020, capitalized on the discontent, and put the ember on their sardine. The classic escalation of violence studied by experts in conflict resolution 1  was not long in coming.

 One could not imagine a more complicated scenario to maintain the route laid out at the VIII Party Congress, just 90 days ago.

What violence and how?

In a country model for many in terms of stability, citizen respect and internal order, such as Japan, protests against police brutality against foreigners or racism are not uncommon. A group of "foreign" (i.e., Korean) Protestants can gather around them a cloud of policemen dressed as Star Wars characters, with helmets and polycarbonate armor, armored shields, and tonfas.

We are used to seeing images of violent demonstrations in other countries. Those who throw stones are part of the people, who rebel against injustice; those who throw jets of water under pressure from riot control vehicles, tear gas, rubber bullets, or real, are the repressive forces. These global images do not discriminate between countries such as Chile, South Africa, Kyrgyzstan or the US, without sparing the hundreds of wounded and dozens of deaths that are their toll.

The photos and videos circulating in media — such as BBC Mundo— over and above all suspicion of collusion with the "Cuban regime," reveal that neither the National Revolutionary Police (PNR), which here in Cuba is the only police institution, nor the special troops of the Ministry of the Interior (MININT) or the Revolutionary Armed Forces (FAR), deploy these resources. Surely in the Institute of Police Sciences of the MININT you learn how to face scenarios of violence. But no class or exercise is equivalent to dealing with 700 angry people marching down the street in the summer sun — or doing it by force if necessary — even if their instructions state avoiding injury or using lethal means.

This is not a technical or circumstantial detail. Among the images of the protests that went viral on social media, a dozen protesters put wheels on police cars, and even other vehicles, jump on them and smash them. In contrast to any capital in Latin America, there are no forces to prevent these attacks on authority, and to repress them at that time. At the same time, some police and civilians, summoned to mobilize in the theater of the confrontation, committed excesses.

Among the few data available to measure physical violence is the looting of stores, in Freely Convertible Currency (MLC) and in Cuban pesos (CUP). There were none in San Antonio de los Baños; nor in Havana until after president Díaz-Canel's television appearance (4:30pm). Of the 28 assaults recorded up to that time, 68% (19) occurred in Matanzas, the province most affected by the pandemic; almost all in Cardenas (13), where the combination of the fall in tourism in Varadero plus quarantine has hit a relatively higher standard of living than elsewhere in the province. In that period, there was only significant looting (4) in Colón (Matanzas), and Güines (Mayabeque); and others scattered in Holguín, Bayamo, Güira (1). After the president's intervention, 13 stores were raided, including 4 in Havana.

The social polarization evidenced by this violence is inversely proportional to unity, that is, to consensus-building. Moreover, it has a negative impact on the country's image, which works in favor of the cornerstone of U.S. policy: isolation. Preventing the battle won at the UN from being lost in the streets of Cardenas or Paseo del Prado is also a national interest.

Having tried everything with Fidel and Raul, and 25 years after the end of the Cold War, Barack Obama and his administration considered that policy ineffective, in their national interest. However, although Joseph Biden, vice president of that administration, supported normalization, things have changed for them. What if Díaz-Canel, without the wisdom and experience of "the Castros," were not able to deal, in this moment of vulnerability, with the Cuban crisis? They could reason that it is better not to lower the candle to the blockade right now, but to let it continue to cook the island over low heat. As one would say in Cuban: what is the rush?  

The protests offer lessons to all who want to read them. They could teach some economists that the success of reforms does not depend only on technically solving planning, the market, socialist state enterprise or the private sector, but on addressing problems such as income redistribution, consumption stratification, the economically "bright" or "dark" adjoining spaces, territorial and local inequalities and setbacks, the state of productive forces called the workers.

They have also shown politicians that the problem of national unity is that of consensus, and that it cannot be solved only through calls and mobilizations of revolutionaries, but through sustained dialogue with all citizens. They have shown the Party apparatuses, once again, that the effectiveness of a public media system is not ideological, but political, and that it is measured by its credibility and ability to convince (the un convinced, of course). They have confirmed that law enforcement can provide first aid to outbreaks of violence, but at the cost of other harm, and that it is not they who should be dealing with the social and political problems where dissent takes root. Finally, it has shown US politicians that their alliances with this bellicose opposition reinforce the hard line on both sides, and damage the real exercise of freedom and human rights  in Cuba.

The common denominator of these lessons is Cuban society, with its ups and downs. Knowing how to decipher your present, without bipolar roadmaps, will decide what is to come.

note:

1 "Violence and conflict resolution", in Temas Magazine    # 53, January-March, 2008.

 

 https://oncubanews.com/opinion/columnas/con-todas-sus-letras/conflicto-consenso-crisis-tres-notas-minimas-sobre-las-protestas/

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